jueves, 3 de noviembre de 2011

Al arrullo de las aguas


Sinfónica de la Universidad de Costa Rica
Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas... decía el poeta Garcilaso de la Vega; rima que describe de maravilla el fluir del río Moldava, tema que inspiró a Bedrich Smetana parte
 de su ciclo sinfónico Mi Tierra.

La orquesta sinfónica de la Universidad de Costa Rica incluyó al compositor, pianista y violinista checo en su V concierto de la temporada 2011, realizado en el Teatro Popular Mélico Salazar.

Esa noche hubo obras de Eddie Mora, Ferdinand David y Rimski Korsakov, un ramillete de melodías para los gustos más exquisitos.

El maestro Luis Diego Herra llevó la batuta y dirigió con soltura a los músicos, entre ellos el trombonista Martín Bonilla, que deleitó a la audiencia con el Concertino para trombón y orquesta de David.

A finales del mes de Octubre tuvo lugar VI Concierto, a cargo de la Orquesta de Cámara del alma máter, que interpretó música de compositores nacionales. Ambas fueron noches para recordar y atesorar en el corazón de los melómanos.

Padre de la música checa

Smetana se quedó sordo como Bethoveen, pero ello no le impidió captar los gritos de libertad de su patria, transformado en piezas que destacan la historia, leyendas y paisajes de su terruño.

Nacido en 1824, a los seis años dio muestras de un precoz talento con su primer recital; siguió estudios superiores en Praga y continuó como profesor en Suecia. Ahí se casó dos veces, tuvo seis hijos, pero solo tres superaron la infancia.

Llevó una vida agitada, con una salud endeble. De la sordera, pasó a la locura y murió en un sanatorio mental, en 1884.

Se le considera el padre de la música checa, si bien pocas de sus obras forman parte del repertorio internacional; de ahí que los expertos consideren a Dvorak, como el compositor más relevante de esa nación europea.

El Modava

Smetana celebró la historia y las leyendas de su pueblo con un ciclo de seis poemas sinfónicos que llamo Mi Tierra.

Uno de ellos lo dedicó al río Moldava, que cruza la República Checa desde las montañas, pasa por Praga y desemboca en el río Elba.

Sus aguas discurren, a veces lentas y en otras bravías, a lo largo de los mágicos paisajes checos; alegrando una boda campestre, danzando con las ninfas o bien acompasando el ritmo de la luna.

Las flautas y las cuerdas recrean el paso del Moldava por el país checo y rescatan la gloria de esa nación.

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